Aves
En algún lado había leído que la literatura no era más que un arte del engaño. Nunca creyó en tal afirmación, ni siquiera cuando las golondrinas del tiempo devoraban el alero del tejado o al oír el desagradable graznido de las gaviotas emponzoñando los atardeceres de aquella playa sucia de gentes y basura. Para él, la verdad de los versos que enjaulaban a estas aves estaba fuera de toda discusión, pese a que la experiencia directa lo negase. No obstante, los acontecimientos terminan por situar cada idea en su lugar correspondiente. Una bala perdida acabó con su vida en la página 142 de la novela que leía arropado por el piar de los pájaros del parque. En la página siguiente, los mismos malhechores causantes de su muerte tomaron el cuerpo y lo arrojaron en un vertedero. Las grullas, garcetas y cigüeñas que se alimentan de la basura tuvieron esa mañana un verdadero festín. Desconcertado e inerme, se dejó picotear mientras buscaba con afán en su memoria un verso, sólo uno, que mostrase la brutal condición de estas aves.
Categoría: Mediaturas | 3 Comentarios
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Comentarios
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si me tienen que engañar así... qué importa!! me dejo picotear! hace rato que me engañan esas aves. Excelente Caboclo |
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El tema me resulta atrayente, también la prosa. Pero encuentro el argumento demasiado complicado. Sigo leyendo.
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Las aves de por sí son unas mentirosas impenitentes, quizás sin voluntad. Cada primavera el sonido de las golondrinas inflaman el alma, y después se comen nuestros balcones y llenan de inmundicias las aceras. La culpa no es de ellas, desde luego, sino del malhadado Bécquer y sus versos que vuelven con olor de madreselva y aleteo de golondrinas. Pese a todo, estoy contigo, Sandra, en que es mejor dejarse picotear que quitarle razón a versos tan perfectos como los de Bécquer, Alberti o tantos otros.
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