Mudanza (y sentimiento de culpa)

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Lo primero es lo primero, y debo agradecer a rvr y a Blogalia el haberme dado la posibilidad de mantener esta y otras bitácoras durante tantos años sin pedir nada a cambio. En estos tiempos mercantilistas que corren es realmente admirable y sorprendente que sigan existiendo personas que piensen que la Red -como la vida- es compartir, colaborar, esforzarse juntos para alcanzar un futuro mejor.

Sin embargo -¡Ay, siempre existe un 'sin embargo'-, la carne es débil y la fragilidad de quien firma estas letras ha sido vencida por la comodidad aparente que ofrecen otras aplicaciones. Tampoco debe desestimarse el hecho de que después de algún tiempo algunas personas necesitemos movernos, cambiar, aunque sea en lo puramente externo, para seguir avanzando. El caso es que, sea por la razón que fuere, he decidido continuar mi aventura microficticia en otra dirección. Sé que no será lo mismo; sé que, de alguna manera, estoy fallándole a quien tanto ha hecho por la explosión y desarrollo de las bitácoras en España; me siento un poco traidor. Pero no me cabe la menor duda de que quien mantiene este servicio seguirá al pie del cañón y que dentro de un tiempo, cuando vuelva a necesitar cambiar para seguir adelante, Blogalia seguirá existiendo y ofreciéndose, humilde y tenaz a un tiempo, a quienes poblamos la web y un día tuvimos la suerte de aterrizar en esta casa. Gracias y hasta pronto.

Si alguien de entre los que siguen estas páginas desea visitarme en mi nueva casa, dejo los enlaces a continuación:

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Los cuatro magníficos

Publicado por caboclo

 

 

Son las cinco de la tarde y hace frío. La zona de trabajo está desierta a estas horas y nada queda ya del ajetreo matinal, apenas el eco del trasiego de camiones y el retumbar de la enorme grúa azul que, acariciada por un viento juguetón, ostenta el protagonismo del paisaje. Es en ese momento, precisamente entonces, cuando las cuatro figuras aparecen recortadas sobre el decorado fantasmal del muelle. Caminan alineados, hombro con hombro, con pasos breves. Es su territorio y lo saben. Tan sólo las tinieblas del anochecer discutirán su dominio; sin embargo, en este momento, las cuatro figuras, armas en ristre, son dueñas de la nada. Han dejado tras sus pasos la seguridad de la avenida y sus tristes comercios de efectos navales, el tráfico, el ir y venir de las ambulancias, el puesto de guardia donde dormita un marinero que siempre tiene la misma mirada fija, aunque tras ella alumbren las playas del sur o el bravo mar de las costas del fin del mundo. A las cinco de la tarde de cada sábado, los cuatro magníficos se adentran en un territorio inexplorado que, aun siendo siempre el mismo, se torna nuevo por obra y gracia del deseo.

No hay que esperar mucho para que la acción se dispare. A los pies de la gran grúa duermen algunos sacos que contienen restos del cereal transportado por el carguero que vieron partir al punto de la mañana. El más alto de los cuatro se acerca con sigilo y contempla los estragos que las alimañas han provocado. Aunque ya no queda ninguna por los alrededores, el rastro que han dejado es claro: una hilera de grano apunta directamente al macizo de adelfas que se encuentra a unos diez metros a la derecha. Los cuatro magníficos saben bien lo que han de hacer. No es la primera vez ni esperan que sea la última. Rutinariamente, se acercan a unos metros del blocao vegetal; dos de ellos hincan la rodilla en tierra, mientras que otro se mantiene en pie a su espalda. El más alto -quizás el líder de la escuadra- ha recogido un trozo de adoquín, pesado y voluminoso, y se sitúa entre la formación y el refugio enemigo. Guardan silencio. Sopla un aire húmedo procedente del río que porta en su seno promesas de peligros jamás conocidos. Con meridiana claridad, el jefe del grupo de asalto da a entender que lanzará el trozo de piedra. Deben estar preparados, porque es seguro que tras el impacto los despreciables seres que cobardemente se esconden al abrigo de las flores se lanzarán en frenética carrera sin dirección. No conocen el número de oponentes y bien podría suceder que se vieran arrollados por la desbandada o, incluso, atacados y heridos por la salvaje horda. Han de ser precisos y rápidos. La primera andanada debe impactar sobre las unidades de vanguardia y modificar así la dirección de las alimañas supervivientes. Si la estrategia tiene éxito, dispondrán de una oportunidad más de diezmar las fuerzas enemigas tras recargar las carabinas con nuevos balines de plomo.

La tarde se ha puesto espesa. No hay posibilidad ya de dar marcha atrás. El más alto grita mientras arroja el peñasco contra las flores. El efecto es el esperado: no menos de diez bestias de descomunal tamaño se precipitan contra el atardecer y la humedad del muelle. La escuadra dispara la primera andanada y derriba a dos de las que parecen guiar a un grupo que se dirigía feroz hacia los muchachos. La tropa que las sigue, al verse sin enseña, rompe la disciplina y huyen en diferentes direcciones. Se oye el chasquido metálico de los cañones que se abren y el golpe seco del cierre. Hay espacio y tiempo para una segunda descarga, aunque ya sin el orden ni la precisión de la anterior. La escuadra se orienta en diferentes direcciones, cada uno de sus miembros fijo en un objetivo diferente. También el más alto se ha sumado a la matanza: dispara, carga, dispara, vuelve a cargar. Las bestias corren presas del desconcierto y caen unas tras otras, alfombrando de cadáveres el pavimento que rodea la gigantesca grúa azul. Al terminar la acción de castigo, no menos de seis cuerpos se suman al desolador paisaje que ofrece el muelle de carga del puerto. La escuadra contempla en silencio el resultado de su acción; pero, pasados unos instantes, los gritos de los cuatro chicos explotan al unísono para competir con los chillidos de las criaturas moribundas y con el canto del viento en la tarde del sábado. “¡Muchachos, -grita el que oficia de jefe de grupo- el Séptimo de Caballería ha sido vengado!”.

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Logística cotidiana

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Como cada año, toca mirar hacia atrás en los primeros días y hacer resumen de lo vivido y también de lo escrito. Lo de vivir es algo personal; pero lo de escribir se convierte en público por obra y gracia de las mil y una herramientas de comunicación que se nos ofrecen. Y si la escritura es un acto público, está indicado el facilitar su acceso. Por ese motivo, cada fin de temporada me gusta preparar un volumen a modo de resumen.

En esta ocasión he recogido bajo el título Logística cotidiana setenta y cinco microhistorias redactadas a lo largo de los dos últimos años y publicadas tanto en esta bitácora como en El Blog Oculto. El título de la recopilación es fruto de mi obcecación: alguien me comentó que el sustantivo ‘logística’ no era apropiado para referirse al conjunto de actividades que una persona desarrolla a diario; sin embargo, a mí me gustaba esa palabra procedente del ámbito empresarial y militar para aludir a la tarea de escribir regularmente y organizar de esa manera la propia vida. Ya sé, ya sé que es algo pretencioso; pero no querrán hacerme cambiar a mis casi cincuenta años.

El caso es que, guste o no el título elegido, el librito Logística cotidiana está a vuestra disposición en Amazon. Querría haberlo ofrecido gratuitamente, pero la empresa no lo permite; así que le he aplicado el precio mínimo y la posibilidad de descarga gratuita durante cinco días. Si les place y disponen de un lector Kindle, pues ya saben.

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La última comparecencia

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El jefe de gabinete compareció circunspecto. Vestido de gris marengo y corbata rigurosa, se acercó al estrado, ajustó la altura del microfóno y bebió unos cortos tragos de agua. El silencio podía cortarse en el hemiciclo. Ni siquiera los habituales murmullos que precedían las distintas intervenciones resonaban entre unas paredes acostumbradas a los excesos verbales y a las calmas previas a la tempestad. Unos guardaban silencio por respeto al líder carismático; otros, por hacer acopio de fuerzas para la sonora pataleta que preparaban. Tensa espera.

- Señoras y señores, comparezco por propia voluntad ante ustedes para hacer un anuncio de importancia sin igual.

Las miradas de la bancada azul estaban clavadas en el estrado; en el resto, imperaba el desconcierto.

- Señores y señoras, después de un año de gobierno y conocidas por todos las terribles circunstancias por la que atraviesa la patria, he de comunicarles que…

“Va a presentar la dimisión”, piensan algunos; “Por fin el anuncio del rescate”, mascullan otros.

- He de comunicarles que… Todo ha sido una broma.

En el mismo instante, la cubierta de la sala se abrió y de ella descendieron cientos de globos de todos los colores al tiempo que el cuerpo diplomático en pleno irrumpía por la entrada de la derecha al grito de “Inocente, inocente”. En las inmediaciones del Palacio del Congreso, las fuerzas antidisturbios descubrían sus rostros y se abalanzaban sobre los manifestantes para abrazarles, en una suerte de carga de amor jamás conocida en nuestro mundo occidental. Los directores de las principales entidades bancarias -que estaban al tanto del secreto mejor guardado de las últimas décadas- descolgaron sus teléfonos y comenzaron a comunicar con los clientes susceptibles de deshaucio inminente para tranquilizarles, mientras que sus subordinados rescataban de los archivos los expedientes ya ejecutados y volvían a evaluar las situaciones individuales con el fin de encontrar una salida más humana a la situación generada. Un tsunami de paz recorrió el país de norte a sur y de este a oeste: se paralizaron los expedientes de regulación de empleo, las empresas en quiebra notaron un alza en sus balanzas contables y el consumo se disparó instantáneamente.

- Ha costado mantener el secreto y reconozco que el año de preparación ha sido duro; pero solamente de esta manera podía alcanzarse un instante de felicidad plena como el que estamos disfrutando en este momento.

Arropado por una cerrada ovación que no entendía ya de opciones ideológicas, el líder de la nación abandonó la tribuna de oradores. En su espalda, alguien había prendido un sencillo monigote de cartulina blanca.

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Jürgen Sauer

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Al no suceder nada de nada en la fecha y hora establecida, Jürgen Sauer, el reputado criptognoseólogo muniqués, se apartó por un instante de los legajos que revisitaba y preparó un café. “Es bueno meditar sin urgencias -pensó-. Sólo de esa manera puede encontrarse una explicación plausible para hechos tan sorprendentes”. El aroma de la negra infusión le ayudó a abrir la puerta de la comprensión, como en tantas ocasiones: el fin de los días no había llegado por la sencilla razón de que ya lo había hecho con anterioridad. “Es evidente que no somos más que una ilusión, el fruto de la ensoñación de una mente quizás enferma que ha pervivido por razones caprichosas más allá de su propio creador”. Confortado por lo acertado de su conclusión, apuró la bebida, encaminó sus pasos hacia el reproductor de música que parecía desdibujarse contra el relumbrón de la ventana y seleccionó “Lucy in the Sky with Diamonds”. Desde el sofá, la voz de Mr. Tambourine le alabó la elección.

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Sandy Hook

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Hoy hemos tenido un día increíble en la escuela, mamá. A primera hora teníamos clase de  lectura, pero la seño nos dijo que estuviéramos muy atentos, porque el día sería especial. Y así ha sido. Al poco de entrar en el aula llegó un muchacho dando voces. Yo creo que tenía que ver con la lectura que hacíamos, pero no te lo puedo asegurar, porque después de la sorpresa de sus gritos nos miró a los ojos y de sus manos comenzó a salir fuego. Fue solamente un instante y enseguida, como por arte de magia, nos vimos en el patio de recreo. Allí, la seño, la orientadora y la directora nos dijeron que podríamos pasar toda la mañana jugando, que mucha gente iba a llegar a la escuela y que habría mucho lío, ruido de sirenas, gentes vestidas de uniforme, incluso papás y mamás que llorarían; pero que no nos asustáramos, porque todo sería parte del viernes más especial de nuestras vidas.

Lo raro de la situación era que solamente estábamos en el patio los niños de mi clase, mientras los demás nos miraban corretear desde las ventanas y nosotros les hacíamos burlas. Después de mucho rato, empezamos a aburrirnos de tanto recreo, así que le encargamos a Josephine que hablase con la seño para que nos contase algo. Como ella es tan buena, nos hizo sentar en círculo, dijo que cerrásemos los ojos y que cuando los abriésemos estaría con ella un señor que nos contaría una historia sobre el nacimiento de nuestro país. Algunos hicimos trampa, dejamos un ojo abierto y así pudimos ver cómo aparecía de la nada un señor que iba en calzoncillos y que se parecía muchísimo a ese actor que tanto te gusta y que conduce un carro a una velocidad tremenda.

Hablaba muy bien. Nos contó cómo se aprobó la constitución y el jaleo ese de las enmiendas, sobre todo de la segunda, que dice que todos los americanos, a ver si me acuerdo, sí, “el derecho del pueblo a tener y portar armas no debe de ser infringido”, eso es. Yo no entendía muy bien lo que decía, pero sonaba a algo fundamental y que no podía cuestionarse, o eso nos dijo el hombre que se parecía al actor. Después siguió hablando y hablando para que comprendiésemos que las armas no son peligrosas, sino que lo peligroso es el uso que se hace de ellas y por eso es importante que las conozcamos bien. Cuando decía estas cosas yo me acordaba del chiste que cuenta papá tantas veces sobre que él no le tiene miedo a las balas, sino a la velocidad que llevan. Al final ya se calló y le aplaudimos mucho, aunque su discurso fue un poco aburrido y difícil de comprender; sin embargo, nos tuvo ocupados hasta la hora de volver a casa.

Pero no creas que el viernes superespecial ha terminado, mamá. Hemos vuelto un momento sólo para coger ropa blanca limpia y los cepillos de dientes, porque han elegido a nuestra clase para representar a la escuela en un campamento de fin de semana. La seño nos ha avisado que asisitirán niños de diferentes edades, incluso de una high school de Colorado y universitarios de Virginia, y que tenemos que dejar en buen lugar al gran estado de Connecticut.

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El inmortal

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vida.
Espacio de tiempo que transcurre desde el nacimiento de un animal
o un vegetal hasta su muerte.
Diccionario de la Real Academia.

Probaron primero con palos. Como la acción no parecía surtir efecto, incineraron la masa magullada; pero la sonrisa volandera, tiznada, los miraba suspendida en el aire con arrogante displicencia. Cuando el humo se solidificó al fin, atravesaron con hierros el abdomen, aplicaron corriente continua, seccionaron miembros, patearon, acribillaron, laceraron, descuartizaron el cuerpo sin que nada alcanzase el fin deseado.

Acabaron por ignorarlo, como se hace con los imposibles, negando su mera existencia, borrando su nombre de los libros y sus actos de las memorias. Nunca comprendieron lo absurdo de intentar arrebatar aquello que jamás se ha disfrutado.

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Lluvia

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I'm singing in the rain
Just singing in the rain
What a glorious feelin'
I'm happy again

Gene Kelly

Ha empezado a llover y ya no queda nadie en la calle. No hace mucho, el aparcamiento del centro comercial era un hervidero de gentes que se atropellaban con los carros repletos, sin mirarse apenas, como si ya fuesen los únicos supervivientes. Ahora deben haberse refugiado en lo más profundo de sus miedos, entre un mar de productos que no necesitarán, abrazados y temblorosos bajo el estruendo de las gotas de agua sobre los tejados. Ha empezado a caer una fina lluvia y yo he decidido salir a pasear como tantas otras veces; aunque en esta ocasión el olor a tierra mojada no me haga olvidar lo sucedido y lo que aún queda por llegar.

 
Fotografía: Paolo Pellegrin
 

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Abrazos

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Papa siempre está abrazando a mamá. Incluso cuando llega tarde del trabajo y trae agarrado en el pelo ese olor rancio, como de cerveza o pis de gato, lo primero que hace es buscarla y darle un enorme abrazo de oso. Mi amigo Fran se ríe mucho y me dice que sus padres no lo hacen. Cuando el suyo llega de madrugada prefiere acariciar a la madre en la mejilla y cuenta Fran que a ella debe darle mucha vergüenza, porque el colorado no se le quita en varios días; pero que también le gusta, porque de vez en cuando se toca la  cara con la mano y pone ojos de recuerdo. Mis papás sólo se abrazan y no hay colores rojos en sus cuerpos ni caras de hacer memoria. Por eso me pongo un poco triste cuando los veo por la noche, rodeándose con los brazos y diciéndose muy bajito en el oído que se quieren, sin caricias en las mejillas, como los padres de Fran.

 

Fotografía: Mary Ellen Mark

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Creación

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Hoy la he visto tras la cristalera del café donde pasábamos las tardes de invierno. ¡Estaba tan hermosa! Un punto de palidez resaltaba su hermoso mirar, enmarcado por la cicatriz que desciende sinuosa hasta el mentón. El conjunto resultaba de una belleza terrible, gótica incluso, y yo me he sentido autor al contemplarlo.

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Heroína

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Noto la envidia sobre mi espalda cuando aparezco en el centro de la aldea llevando un cubo de madera desportillado. Algunas, las más jóvenes, se atreven a acercarse a mirar en su interior, pero el tejido rojo con que tapo sus bordes les impide ver el contenido: tan sólo pueden advertir el esfuerzo que me supone trasegar con él de acá para allá, mientras me ocupo de las tareas cotidianas. Estoy segura de que eso es suficiente para que se reconcoman al imaginar las delicias de su interior, pues de otra manera nadie se esforzaría tanto como aparento hacerlo yo. Pero soy fuerte y nunca compartiré mi secreto con esas viejas desdentadas que muelen mijo ni con las más jóvenes que pasean su cuerpo en el camino del río. Porque en el cubo sólo llevo la nada en que habitamos. ¡Y pesa tanto!

 

Fotografía: Sebastiao Salgado

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Saulo

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“Saulo, ¿por qué me persigues?”, oyó mientras caía de su caballo. El jinete, conmocionado, apenas podía comprender lo delicado de su situación. Magullado, dolorido por dentro y por fuera, elevó los ojos hacia la brecha de la cegadora luz blanca que inundaba el valle y entreabrió los labios. Su intención era contestar; sin embargo, lo pensó mejor y guardó silencio. La voz volvió a tronar, adornada ahora con un punto de irritación: “Saulo, contesta, ¿por qué me persigues?”.

El hombre fue consciente en ese momento de que algo tendría que hacer. Por un instante había pensado que la cuestión planteada no pasaba de ser una argucia retórica para disimular una recriminación. Por ese motivo, la insistencia de la voz le sorprendió al principio, ya que no advertía motivo alguno de reprimenda. Cuando por tercera vez la tierra toda se estremeció al son del vocativo y la interrogación subsiguiente, su alma se enervó.

Las ideas se atropellaban en su interior. Por un lado, una fuerza desconocida le incitaba a contestar con una batería de argumentos que, en algún caso, se le antojaban demoledores. No obstante, el deseo de dar respuesta cabal se veía reprimido por una extraña mansedumbre completamente ajena a su naturaleza. La voz rotunda y sancionadora se le ofrecía, a la vez, como una manta de consuelo que parecía acabar con todo brote de orgullo. Se debatía y, por el momento, vencía el silencio; aunque no era este fruto del arrepentimiento, sino, más bien, consecuencia de la incapacidad para actuar.

Años después, el hombre aún seguía recordando el suceso sin dejar de pensar en lo diferente que todo podría haber sido de llamarse Saulo, como aquel hombre que, según decían, oyó la voz del mismísimo Dios en el camino de Damasco. Él, en cambio, a pesar de transitar tantas veces por esa ruta, no había tenido la fortuna de ser llamado por su nombre.

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El juego de las sillas

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Suena la música y todos en danza, moviéndonos sin parar al ritmo de la melodía. Unas veces es lenta y nos bamboleamos suavemente a su compás; otras, en cambio, es feroz y rabiosa, incisiva como las descargas de la picana. Pero en ningún caso el furor de la armonía debe hacernos perder la referencia de las sillas. Es determinante. Mientras tanto, los guardias, con el fusil amartillado y ajenos a la diversión del momento, esperan su turno, aquí, en Auschwitz.

 

Henri Manuel: París (1924)

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Constancia y superación

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Desde pequeño he oído a mis entrenadores repetir que el secreto de la gloria olímpica reside en la constancia y la superación. También en la disciplina. Por eso persevero en los entrenamientos y recuerdo en cada zancada sus lecciones, conteniéndome en lo que puedo para no alcanzar demasiado pronto el límite físico y así conseguir, carrera tras carrera, la mejora. Me sorprende que los rivales partan como almas llevadas por el Diablo al escuchar el pistoletazo de salida, desoyendo -no me cabe la menor duda- las recomendaciones de sus entrenadores; pero es que hay mucho hijo de papá que juega a ser atleta sin asumir disciplinadamente los principios fundamentales de nuestro deporte. Al no compartir la escala de valores dominante, he asumido ya que difícilmente alcanzaré victoria alguna; aunque tengo la casi absoluta certeza de que también en la próxima ocasión superaré mi marca personal, pese a que el público silbe y sea la rechifla de la pista.

 
 

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Rutina

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Un hombre está en coma. Los primeros días el dolor inunda la habitación hasta que el tiempo pasa para convertir en rutina el desasosiego. Las constantes vitales se han estabilizado y las visitas se dilatan. Aunque respira espontáneamente, a veces se entrecorta al percibir cómo su esposa intima con el joven doctor que lo atiende por inercia. Cansada de esperar un desenlace que no llega, una de las hijas se ha casado. La vida sigue. La otra hija -siempre más despegada- está ocupadísima preparando unas oposiciones. El durmiente es trasladado a otra sala, un espacio común donde compartir soledad con otros enfermos. Ninguno necesita cuidados especiales más allá de la limpieza elemental de la mañana, la alimentación que reciben por vía parenteral y la retirada de heces. Allí ya no hay visitas, más por cansancio de los familiares que por prohibición expresa de la dirección médica. Por las noches, cuando todo el hospital es devorado por el silencio y sólo se oyen lejanas conversaciones de los equipos de guardia, los enfermos en coma despiertan, se miran unos a otros y comprenden que nunca recuperarán sus vidas. En la sala oscura y abandonada no hay cariño ni calor humano, aunque sí limpieza, alimento y eficiencia. No es tan mal panorama, después de todo.

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Profesionalidad ante todo

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El atleta italiano Dorando Pietri llega a la meta
en la prueba de maratón de los Juegos de Londres de 1908

 

No está capacitado cualquiera para ser juez de meta, no señor. Es necesario, por ejemplo, disponer de la templanza necesaria para saber en qué momento soltar la cinta de llegada, sobre todo en situaciones apuradas. Si, por un casual, se suelta antes de tiempo, puede darse el caso de que no quede claro quién es el vencedor. Por eso he alcanzado prestigio entre los de mi profesión. Yo agarro la cuerda hasta el último instante, firmemente, sin amilanarme; pero también soy un ser humano y, a veces, llevado de la profesionalidad, me obceco. Además no pueden hacerme responsable de que la estatura del atleta dejase su cuello justo al nivel de la cuerda, señor juez, con el debido respeto.

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Halterofilia

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En la prisión estatal de Folsom, California, hace ya años que se celebran competiciones entre los reclusos coincidiendo con los Juegos Olímpicos. Dice el alcaide que de esta manera los convictos refuerzan esos lazos invisibles con el exterior tan necesarios para facilitar en un futuro la reinserción social. Hasta el año 2000 las pruebas eran exclusivamente atléticas; pero el nuevo responsable a la institución, un mormón rubicundo de Salt Lake City, ha promovido la inclusión de algunos eventos de orden moral. Sin ir más lejos, esta tarde se celebrará la prueba individual de carga de conciencia, en la que parte como favorito el tricampéon Louis Laffitte, un herrero de Des Moines, Iowa, condenado por el asesinato de las gemelas Granger. Pese al imponente tamaño del recluso, el peso de la culpa le tiene hundido casi por completo, aunque no vencido: apenas sale de la celda lo necesario, no suele cruzar palabra alguna con otros convictos y en las obligadas estancias en el patio se limita a contemplar el cielo mientras murmura una salmodia incomprensible. En Folsom son muchos los que cargan brutales asesinatos; pero el juez del torneo, el pastor Peebles, nunca ha albergado dudas sobre el ganador de la prueba, pues valora en Laffitte la dignidad con que sobrelleva la memoria de sus actos.

En la edición de este año, sin embargo, existe cierta incertidumbre. En enero pasado ingresó un hombrecillo procedente de Detroit y responsable de la quiebra de uno de los más importantes bancos de Illinois. Muchos ahorradores particulares perdieron dinero con sus manejos y se le ha considerado también responsable directo del cierre de un buen número de empresas subsidiarias del sector automovilístico. El desastre económico que supuso el hundimiento del banco provocó una espiral de tensión laboral, violencia callejera, suicidios, miseria y despoblación de la que la orgullosa capital del motor norteamericano tardará décadas en salir, si es que lo consigue. A pesar del volumen de su responsabilidad, el economista se muestra ajeno a todo, bromea con unos y con otros, juega al ajedrez y solicita constantemente libros en la biblioteca de la institución. A día de hoy, el pastor Peebles cree que ningún otro interno de Folsom carga con la culpa de una manera más elegante.

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Doma clásica

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Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente que decía: "Ven". Entonces salió otro caballo, rojo.
Apocalipsis 6, 3-4

“Sabíamos de lo arriesgado de nuestra decisión y no debemos mostrar  ahora arrepentimiento o sorpresa”, defiende con seguridad la voz más autorizada del grupo. Simultáneamente, en el exterior del edificio, una nube de odio invade el campo de pruebas. Emergiendo de entre las tinieblas un descomunal caballo de color rojo muestra sus belfos a la concurrencia en lo que parece ser una sonrisa burlona. Sobre su lomo, el jinete desenvaina una espada de doble filo. Los representantes de ambas Coreas se retan con la mirada. Un andaluz repeinado que espera su turno de participación repite como un mantra “Gibraltar español” mientras aferra con rabia la fusta. El japonés ciñe su frente con un retazo del mantel sobre el que descansa el tentempié de los competidores. La amazona turca rasga su camisa para mostrar a la concurrencia la mastectomía a la que fue sometida no hace demasiado tiempo. Para no verse obligado a tomar partido, el caballero suizo -hombre precavido- concentra su atención en el reloj de cuco que siempre lleva consigo. “¿Queríais espectáculo? Pues ahí está”, presume, risueño, el presidente del comité organizador.

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Maestros

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La aldea es conocida en todo el condado gracias a la fiabilidad, precisión y resistencia de los arcos que fabrican nuestros dos maestros. Nadie en la comarca iguala estas armas construidas de una pieza y encordadas hasta formar una “D” perfecta. El maestro Alvin es un auténtico estudioso del oficio y dispone con esmero los elementos hasta ajustarlos a unos cálculos numéricos que previamente ha madurado durante horas. El resultado de su trabajo, sin duda, roza la perfección técnica. Sin embargo, su competidor en el negocio, el  viejo maestro Gregor, se deja llevar más por la intuición innata de la que goza. Son las suyas unas piezas bizarras y temperamentales, que en ocasiones pecan de cierta imprecisión que debe ser compensada por el bien hacer del arquero.

La rivalidad entre nuestros dos maestros y sus diferentes concepciones del arte tiñe la vida social de nuestra aldea y nos mantiene alerta, pues sabemos que en cualquier momento surgirá un acontecimiento que altere el frágil equilibrio de fuerzas. Esta misma noche la incertidumbre nos ha desvelado. Después de escuchar que su hija menor musitaba en sueños v = (eFx / (m + kM))-2 mientras una línea de placer culpable se dibujaba en sus labios, el bueno de Gregor ha agarrado con firmeza el longbow terminado la tarde anterior, ha salido del hogar abrigado por la oscuridad, ha encaminado sus pasos hacia la casa del rival y le ha disparado un venablo certero. “No hacen falta números cuando se cuenta con una decisión inquebrantable”, le ha gritado con desprecio a un Alvin que se desangraba con rapidez.

Ahora, nuestra aldea ha reducido su capacidad productiva al cincuenta por ciento; pero, a cambio, estamos seguros de ganar el prestigo que se obtiene de la artesanía tradicional.

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Sed lex

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Georges Rouault: "Dura lex, sed lex"

La presión internacional se ha hecho tan insostenible que el Consejo para la Salvaguardia de la Ortodoxia ha tenido que revisar las bases sobre las que descansa nuestra legalidad. Esta misma mañana ha retirado la acusación por conducta indecorosa que presentó contra la esposa adúltera de Rostreur que tanto espacio ha ocupado en los noticiarios occidentales. Se prevé que la próxima semana sean encausados tanto ella como su amante. No se descarta que el marido de la susodicha mujer pueda ser sancionado también. La lapidación está fijada para el último viernes del mes próximo, poco antes del anochecer.

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Crónica de la tercera jornada

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Mario Matta: "El enigma de Guillermo Tell"

En la competición individual de tiro con arco, la jornada matinal ha estado muy reñida. El tetracampeón sajón, Robin Hood, ha sido derrotado por el helvético Tell, capaz de aislarse de la presión recibida desde su entorno para enlazar una serie de nueve disparos certeros. El éxito del suizo es más estimable si se tiene en cuenta la rapidez de su adaptación a un arma que no le es habitual, pues suele decantarse por el uso de la ballesta germana. En tercera posición ha quedado un casi desconocido arquero asirio -Assah Gilgamesh III, natural de Nínive- que ha demostrado con su concurso que el mundo del arco no debe circunscribirse a Occidente, pese a la gloria secular alcanzada por algunos individuos.

Por equipos, en otro ciclo más, los hunos demostraron estar varios escalones por encima de los demás participantes, aunque la irrupción en la competición de este año del potente equipo parto ha abierto un resquicio de duda con vistas a próximas ediciones. La tercera plaza ha sido ocupada por una selección británica que, como suele ser habitual, ha presentado un grupo de vociferantes veteranos de Agincourt.

Como sucede en cada edición, la jornada no estuvo exenta de polémica. A los ya tradicionales cruces de improperios y amenazas entre los competidores hay que sumar en esta ocasión el recurso entablado por la delegación francesa contra el sistema de competición. Aducen los galos -no sin razón- la desigualdad manifiesta derivada de permitir que entes de ficción y reales compitan en la misma categoría. “La carga sobre la conciencia de quienes hemos optado por participar con seres humanos es muy superior, ya que nuestras víctimas sangran, gimen y se retuercen con extrema naturalidad. Esa circunstancia influye de manera determinante en los resultados individuales, ya que la distribución de la culpa entre los componentes de los equipos hace más liviana la carga sobre la conciencia”, ha manifestado el presidente del Comité francés.

Fuente: Agencia Hermes

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Cotidie morimur

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Fotografía: Dorothea Lange

Hubo un tiempo en que lo habitual era fallecer tan sólo una vez, con el corazón traspasado por una adarga o una mirada de desprecio. A menudo se moría también de pura hambre, de deseo o de impotencia. Era cruel para los deudos; sin embargo, la rapidez del tránsito y su cotidianeidad obligaban a asumir desde edad temprana la fiereza del destino humano. Después inventamos la medicina para emular el poder de los dioses. Ahora morimos, quizás, siete u ocho veces en la vida y sobrevivimos con dolor y desasosiego a todos los decesos excepto al último. También hemos desarrollado una extraña habilidad que nos permite olvidar las muertes repetidas y pensar así que habitamos en la frontera de la eternidad. Probablemente somos una especie más feliz, aunque a nuestro alrededor se muera y resucite a diario.

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Arkham

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Eleazar: "El bachiller Sansón Carrasco"

En el asilo de Arkham está recluida toda la locura que amenaza la existencia. Joker y el viejo Jack son las rutilantes estrellas en el firmamento de la maldad. Su protagonismo sólo es discutido, en ocasiones, por la frialdad moral de un Raskolnikov que huyó de las ensoñaciones de Dostoievski antes de que el atormentado ruso pudiese enderezarle por el camino de la redención. En ese mismo lugar donde los gritos y el acero de las miradas perversas emponzoñan el ambiente; allí, en una apartada celda, Sansón Carrasco golpea sin cesar su cabeza contra las paredes acolchadas. La culpa lo atormenta, porque no llega a comprender cómo se atrevió a derribar a aquel hombre bueno en las playas de Barcelona.

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Debate de ideas

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“No soy yo, es mi ADN”, susurraba el joven Jack al acariciar su cuello con la hoja de afeitar. “Te escudas en la herencia genética para no afrontar el horror de que tus actos no sean más que el fruto de una decisión libre y personal”, le contestó entre estertores la víctima, lector compulsivo de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. El eco de la voz rota del viejo pedante y el borbotear de la sangre -su vivo color- hicieron dudar un instante al muchacho mientras amanecía en Whitechapel.

Categoría: Mediaturas, Monstruos | 11 Comentarios

Vamos a contar mentiras (brevemente)

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Categoría: Microcrítica | 10 Comentarios

Dentro del microcuentista

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Categoría: El microcuentista | 20 Comentarios

Et in Arcadia ego

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Al principio nos deslumbraron con sus palabras rotundas y esclarecedoras, tan diferentes. Nos sumergíamos en ellas y creíamos así conocernos y disfrutarnos mejor. Poco a poco, el verbo luminoso comenzó a entremezclarse con un discurso de significado impenetrable que sembraba entre nosotros el desconcierto. Hoy, muchos años después, añoramos los tiempos en que teníamos por costumbre decapitar a los mensajeros.

Categoría: Mediaturas | 12 Comentarios

Crónicas de sociedad

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De Memorias de días extraños,
de Jean-Cristophe de la Villebaune,
gentilhombre.


 

Las veladas líricas de la duquesa de Clignanterre se han convertido en los últimos años en un fenómeno social parisino. A ellas asisten, casi como a una ceremonia secreta, poetas y nobles, soldados y banqueros. Las convocatorias resultan de lo más misterioso, pues los invitados encuentran al despertar un sobre color marfil sobre la almohada y en su interior una nota deliciosamente caligrafiada por la mano de la propia duquesa. El aroma que desprende el papel impregnado en agua de magnolias -el olor que emana de tan singular señora- se aferra a los sentidos y permanece latente entre los pliegues corporales hasta el mismo instante en que la velada termina con el recitado de un poema compuesto ex profeso por la anfitriona.

Se cuenta que la percepción de la realidad cambia dramáticamente desde que la invitación es recibida hasta el fin del acto cultural. Una tonalidad azulada, fría, quizás, aunque de indudable elegancia, domina en objetos, vestidos y rostros. “Somos seres transformados por la gracia concedida”, me han susurrado innumerables veces quienes tuvieron la fortuna de ser invitados a alguna de estas reuniones. “Por el poder de la palabra, las pequeñeces del mundo sensible son dinamitadas -comentó un antiguo oficial de La Grande Armee, veterano de Smolensko-. Los primeros lectores, gente desconocida en el gran mundo parisino, son la vanguardia que abre brecha en las defensas pragmáticas con que todos nos protegemos. Tras ellos llegará el núcleo del ejército lírico para derrotarnos y, al fin, la voz melodiosa de la Clignanterre tomará posesión del campo del honor. ¡Bendita derrota!”. Todos los testimonios coinciden en que las veladas suponen un verdadero renacimiento, una suerte de epifanía de la que beber en días subsiguientes: abandonan el palacio transformados y plenos quienes llegaron envueltos en rutina y alienante laboriosidad.

De la duquesa se sabe poco. No se prodiga en actos sociales ni pasea a caballo o en carruaje por los nuevos bulevares con que el Emperador ha embellecido la ciudad. Jamás se la ha visto en la ópera y de su aspecto físico solamente se destaca la dominante azulada. Ni siquiera aquellos que han asistido a más de una velada son capaces de describir los rasgos que conforman el rostro de tan singular señora. Simplemente aluden de manera vaga a su altísima belleza, a lo incomparable de su mirada y al terciopelo de una voz que rinde a quien la oye. Y al aroma, por supuesto, esa fragancia de purísima magnolia que envuelve la existencia de los pocos afortunados. Resulta tan misteriosa la anfitriona que muchos redactores de gaceta han intentado reconstruir con los retazos de información conocida la biografía de la dama. Sin embargo, por extraño que parezca, les ha sido imposible engarzar más de un dato en un texto coherente. “Llega un momento -me comentaba un viejo conocido- en que es imposible enlazar una palabra más. En ese instante, como suele ser habitual, se vuelve a las páginas precedentes para releer lo escrito; pero un vacío inesperado invade el corazón y todo pierde sentido. La única solución es arrojar los papeles a la chimenea”. Me consta que las palabras de este gran amigo podrían ser corroboradas por tantos como han intentado similar empresa, de modo que el resultado de tan sorprendentes circunstancias es un manto de anonimato y vaguedad sobre la personalidad de la anfitriona parisina más admirada del momento.

Posiblemente porque el destino de estas Memorias no sea la publicación, sino, más bien, poner en orden un entorno complejo y a menudo incomprensible, mi tarea de reconstrucción ha podido llegar algo más lejos. Aun asumiendo que nada concreto puedo aportar sobre el personaje, he conseguido rescatar un dato relevante que pudiera arrojar algo de luz. En los archivos de la Conciergerie es posible consultar el listado de personas ajusticiadas en los tiempos del Terror. Buscaba no hace mucho algo de información para un proyecto que llevo décadas retrasando cuando el puro azar colocó ante mis ojos el nombre de Clignanterre. La duquesa, último miembro de su estirpe, sin descendencia, como pude comprobar más tarde, fue conducida a la guillotina en la mañana del 24 de enero de 1794. Tenía veintisiete años y, según se afirma en una nota crítica publicada en Le Père Duchesne, “quiso caminar hacia el cadalso vestida de azul, como si la muerte entendiese algo de simbologías cromáticas, de azul borbónico o de flores de lis”.

Han transcurrido casi setenta y cinco años desde entonces, y la razón dicta que la Clignanterre de las famosas veladas de hoy no puede tener relación con aquella que afrontó su hora decisiva envuelta en color azul. No obstante, es absolutamente cierto que la estirpe y el título murieron aquella gélida mañana de invierno y que ninguna referencia posterior a dicho nombre puede encontrarse. Se hace evidente, pues, la impostura de quien hoy quiere capitanear la vida social parisina cultivando el misterio sobre su persona para ocultar así su mentira. Sin embargo, hay en todo cuanto rodea al personaje un halo de misterio que impide conformarse con una explicación tan simple, racional y pragmática. La insistencia de quienes han mantenido algún contacto con la señora en la dominante azul, en el repentino olvido de su rostro o en la fragancia de magnolias no hace sino enviarnos a un pasado ya lejano que no parece haber muerto completamente.

Categoría: Maxituras, Memorias de días extraños | 11 Comentarios

Habitación sellada

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Hubo que reventar la puerta con un ariete. Además de la sólida cerradura, el pomo estaba bien trabado con una silla. La habitación a la que daba acceso no tenía ventanas y sus paredes estaban reforzadas con hormigón. Era un auténtico búnquer, un refugio especialmente diseñado para que el propietario de la mansión pudiera guarecerse en caso de asalto.

En el justo centro se encontraba el cuerpo, maltratado con saña y con la cabeza limpiamente seccionada. Los ojos bien abiertos.

No había nada más en la dependencia, salvo un teléfono que pendía desmayado en la pared. La voz dialogante que surgía del auricular descolgado no dejaba la menor duda de que el asesino continuaba aún en la sala.

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